Retrato de mujer, por Michiel Jansz. van Mierevelt

Este cuadro, que retrata a una mujer cuya identidad desconocemos, fue pintado por Michiel Jansz van Mierevelt en 1625. Es un óleo sobre lienzo que podemos ver a día de hoy en el Museo de Bellas Artes de Lyon. En primer lugar, vamos a ver quién es el pintor al que nos estamos refiriendo:

Hijo de un orfebre, entre 1578 y 1581 estudió con dos poco conocidos pintores de Delft: Willem Willensz y Augustijn. En 1581 pasó a Utrecht para proseguir sus estudios con Anthonie Blocklandt van Montfoort. Dos años después, en 1583, retornó a Delft donde se inscribió como maestro independiente en el gremio de San Lucas ese mismo año o en 1585. Como retratista oficial de la casa de Orange-Nassau se desplazó ocasionalmente a La Haya, donde de 1625 a 1634 se inscribió como maestro independiente en el gremio de pintores sin abandonar la residencia en Delft, que mantuvo hasta su muerte.

Mierevelt tuvo un elevado número de discípulos, entre ellos sus propios hijos Jan y Pieter Michielsz. van Mierevelt, y su yerno, Jacob Willemsz Delff, Paulus Moreelse, Anthonie Palamedesz., Daniël Mijtens, Jan Antonisz van Ravesteyn o Hendrick Cornelisz. van Vliet. El extenso taller, dedicado a hacer copias de sus numerosos trabajos, y la reproducción en estampas de sus obras gracias a los grabados de Willem Delff, aseguraron la popularidad de sus retratos, aunque un tanto lineales, y su fama como principal retratista de los Países Bajos Septentrionales, hasta que el retorno de Gerard van Honthorst a La Haya lo desplazó del primer plano.

Es, por tanto, un digno representante de la escuela retratista holandesa del siglo XVII:

Los ricos burgueses realizaron los encargos de las imágenes y solicitaron a los artistas que pintaran temas laicos con los que decorar sus casas. (Enciclopedia de arte, Susaeta).

Muchos comerciantes enriquecidos desearon retratarse para la posterioridad; muchos burgueses de calidad, que habían sido elegidos regidores o burgomaestres, quisieron verse inmortalizados con la insignia de su cargo. Además, hubo asociaciones locales y juntas administrativas, de gran importancia en la vida de las ciudades holandesas, que siguieron la loable costumbre de hacerse retratos en grupo para colgar las salas de juntas y lugares de reunión de sus venerables asambleas. Un artista cuyo estilo agradase al público podía, por consiguiente, confiar en obtener seguros ingresos. Sin embargo, cuando su estilo dejase de estar de moda se encararía con la ruina (La Historia del Arte, E. H. Gombrich).

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