Las murallas de Carcasona (Francia)

En una entrada pasada puse una vista general de la Cité de Carcasona, una de las ciudades que personalmente más me ha impactado. Cualquier cosa que te cuenten o que leas sobre ella, no tiene mucho que ver con la belleza y la armonía de lo que el visitante se encuentra. Violet-Le-Duc ha sido muy criticado por la reconstrucción, pero si no llega a ser por él, hoy sería otra ruina de la que algunos se lamentarían mucho pero sin haber hecho el encomiable trabajo que hizo en la Cité. Siempre recomiendo su visita.

Fueron de los primeros viajes que hice con la conciencia de estar viajando para conocer el sitio, por lo que fueron también de las primeras fotos que saqué.

La historia de este sitio está inequívocamente ligada a la herejía cátara y a la corona de Aragón, como otras poblaciones cercanas como Béziers, Albi o Toulouse, si bien esta última nunca fue aragonesa, pero sí aliada. El conde de Carcasona Roger Trencavel, que nunca fue cátaro, consideró que sus súbditos eran libres de profesar la religión cátara, a pesar de los problemas que le pudiera ello conllevar y que de hecho, le trajo.

La religión cátara obligaba a los “perfectos” a obedecer una regla muy precisa, que no era monástica pero sí era particularmente severa: tenían que hacer voto de pobreza y de castidad perpetuas, tenían que jurar cumplir con todas las virtudes cristianas, tenían prohibido comer carne y sus productos derivados y estaban obligados a vivir de lo que obtuvieran con el resultado del trabajo con las manos. Esto último fue verdaderamente revolucionario en una sociedad en la que el trabajo manual era considerado infame.

Como señala el libro “La réligion cathare (Le Bien, le Mal et le Salut dans l’héresie)” de Michel Roquebert (Edit. Tempus):

“hay una ruptura tan radical con las mentalidades y las estructuras sociales de la época, que incluso defienden la no violencia absoluta, denegando a la nobleza el privilegio innato de portar armas y de dedicarse a la guerra y a la caza. (…)

Entran en el catarismo mediante un sacramento de ordenación, de forma que rezan por su salud personal y por sus “hermanos humanos”, de la misma forma que se entraba en las órdenes religiosas (benedictinos o cistercienses), salvando las distancias. (…) En resumen, los perfectos y las perfectas se encargaban de las almas y pertenecían a un sacerdocio al mismo tiempo regular y secular. Un perfecto era a la vez un monje y un cura de parroquia”.

Felipe II Augusto de Francia, en la Galería de los Reyes de Versalles.

Es por ello que se inicia la cruzada contra los cátaros, dirigida por un individuo de bastante mala memoria en la zona, Simón de Montfort, durante el reinado de Felipe II el Augusto de Francia y siendo Papa Inocencio III. Ambos serían decisivos:

“Desencadenada en 1208, la cruzada contra los heréticos albigenses volvió a enfrentar a Simón IV de Montfort, que dirigía la cruzada compuesta por los barones del Norte, y a Ramón VI de Tolosa conde de Tolosa, que apoyaba, secretamente, a los heréticos. Al mismo tiempo, Pedro II de Aragón que tenía puestas sus miras en la región, apoyó al conde de Toulouse antes de ser vencido y asesinado por Simón de Montfort en la Batalla de Muret, en 1213.

Después de la batalla de la Roche-aux-Moines, Luis el León (hijo y heredero de Felipe II Augusto) partió, por primera vez, hacia el sur de Francia en abril de 1215 y ayudó a Simón de Montfort a consolidar sus posiciones. Este último, y de acuerdo con el papa Honorio III y Felipe Augusto fue nombrado conde de Toulouse. Pero la ciudad de Toulouse resistió el asedio que se prolongó durante largo tiempo y Simón murió en abril de 1218. El papa nombró a su hijo Amaury VI de Montfort como sucesor y encargó a Felipe Augusto una nueva expedición. Luis el León partió en mayo de 1219, y se reunió con Amaury en el asedio de Marmande donde sus habitantes fueron masacrados. Tras cuarenta días de hostilidades Luis regresó sin haber conseguido entrar en Toulouse. Una nueva expedición fue enviada por Felipe Augusto en 1221, dirigida, esta vez, por el obispo de Bourges y el conde de la Marche que no obtuvieron éxito alguno.

Ciertamente la envergadura de estas expediciones fue muy pobre. El empeño de Felipe Augusto por someter el Midi y poner fin a la herejía albigense, parece un tanto discutible. Fue necesario esperar el reinado de sus sucesores para dar por terminado el problema albigense”.

Antes de morir, Pedro II le había entregado a Simón de Montfort a su único hijo muy pequeño, el futuro Jaime I el Conquistador, pero Inocencio III le obligó a devolverlo a Aragón, lo que hizo a regañadientes.

Cité de Carcasona: el antiguo palacio/castillo del Conde Trencavel.

Por tanto, cabe preguntarse cuánto queda del antiguo castillo de los Trencavel. Pues la respuesta está en la última foto: esa parte es la única que permanece en pie, lo que tampoco ha de extrañarnos teniendo en cuenta la feroz batalla que se produjo en este lugar en aquellos primeros años del siglo XIII. El resto fue construido con posterioridad a la conquista, especialmente por Luis IX de Francia, San Luis. Posteriormente, la Cité prácticamente quedó en ruinas, especialmente tras la Revolución Francesa, estado del que la sacó el ya mencionado Violet-Le-Duc.

El libro señalado continúa con su narración:

“veinte años de cruzada causaron gravísimos cambios políticos pero, desde el punto de vista religioso, no sirvieron para nada: en 1229, el catarismo seguía existiendo en la región (…) aunque condenado a la clandestinidad. (…) El Santo Oficio tuvo que rendirse a la evidencia: no había sido la guerra la que destruyó el catarismo. Es entonces cuando se inicia un nuevo sistema de represión: un tribunal excepcional llamado “la Inquisición”. (…) se patea todo el país, va de pueblo en pueblo para hacer los interrogatorios y pone a toda la población en fichas (de archivo). Cualquiera que no respondiese a las citaciones es considerado inmediatamente como herético y condenado por contumacia a prisión perpetua. Lo que el inquisidor quiere conseguir no es sólo la renuncia del sujeto, sino la apostasía sincera, no producida por el miedo, y, por ello, el arrepentido debe denunciar a alguien, incluidos sus propios padres. (…)

En cualquier caso, los veinticuatro inquisidores generales que operaron en el área del Languedoc durante cerca de un siglo, quemaron menos gente que Simon de Montfort en 10 meses (verano 1210 a primavera de 1211).

Va a ser que lo que nadie se esperaba (parafraseando a Monty Python), no era a la Inquisición Española, ni siquiera a la anti-cátara, sino al muy laico Simón IV de Montfort, cuyo busto luce Francia en la Galería de las Batallas de Versalles1.

Para terminar, os dejo algunas fotos de cómo estaba Carcasona antes de la restauración de Violet-Le-Duc (1, 2) y esta otra tomada de aquí:

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  1. Su página en el inventario de arte francés. ↩︎

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