El Parque María Luisa de Sevilla: Plaza de España (II)

Como ya hablé en una entrada anterior de la Plaza de España en general, vamos hoy a comenzar un estudio más exhaustivo de la misma. También, al tratar el Palacio de San Telmo (1, 2 y 3), vimos que el origen de este parque y, por tanto, de la Plaza estuvo en los Jardines de dicho Palacio. Eso sí, voy a recordar unas pinceladas sobre el Parque en general:

En 1848, el duque de Montpensier Antonio de Orleans y su esposa, la infanta María Luisa Fernanda de Borbón, establecieron su residencia en Sevilla y adquirieron en 1850 el palacio de San Telmo. Para acondicionarlas para sus jardines compraron dos fincas la Isabela y la de San Diego, esta última contenía los restos del antiguo convento franciscano de San Diego. Los duques escogieron al jardinero francés André Lecolant para el diseño de los jardines de su palacio.

Hasta 1910 no se realizaron grandes obras en esta área. Solo es destacable la construcción en 1893 del Costurero de la Reina, obra del arquitecto Juan Talavera y de la Vega, y de un invernadero con una estructura metálica.

En 1909 se planeó realizar en el sur de la ciudad una exposición iberoamericana, que tuvo lugar en 1929. El parque estuvo inserto en el recinto. En enero de 1911, el Comité Ejecutivo de la exposición inició los trámites para la reforma del parque para el evento, eligiéndose a Aníbal González como director de la arquitectura de la muestra y a Jean-Claude Nicolas Forestier, paisajista francés que ejercía como conservador del Bosque de Boulogne (Bois de Boulogne) de París, para las obras de jardinería.

En cuanto a la propia plaza de España:

Es una plaza semicircular con un gran edificio central que alberga un cuartel general del Ejército de Tierra, galerías con estructuras que albergan escaleras monumentales y, en los extremos, dos edificios con torres que albergan organismos estatales.3​ Tiene una ría atravesada por cuatro puentes y una fuente central. Está decorada con 48 bancos dedicados a las provincias españolas,​ 52 medallones personajes ilustres de la historia de España y escudos heráldicos.

Comenzaré por algunos de los personajes ilustres en los medallones señalados, sin que sea esta entrada la última en la que que vaya a tratar este importantísimo monumento sevillano:

Comienzo por el medallón de D. Juan de Austria, ilustre figura del siglo XVI español que ya he tratado aquí, aquí y aquí. Es necesario subrayar que tengo pendiente una entrada sobre su tumba en el Monasterio del Escorial, por lo que no voy a extenderme aquí sobre la figura de este héroe español de importantísima contribución a la Historia universal del siglo, principalmente por su victoria en la batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571).

Otro medallón se refiere al Greco, o lo que es lo mismo: Domeniko Theotokópoulos. El pintor cretense, de quien hablé en una entrada muy reciente (en donde también está D. Juan de Austria), es uno de los pintores más originales y personales de la Historia del Arte. Os invito a que veáis este vídeo donde nos comparan el cuadro de Pentecostés pintado por el Greco y el pintado por Juan Bautista Maíno, precisamente en el mismo domingo en el que los católicos celebramos dicha festividad:

El siguiente es el pintor Diego Velázquez, que, sin duda, es una de las grandes figuras de ese momento histórico de florecimiento de las artes y las letras que fue el Siglo de Oro español y que también traté en esta otra entrada, porque al ser español universal también es sevillano universal y, como tal, tiene su estatua de bulto redondo y de cuerpo entero en la Fachada Norte del Palacio de San Telmo.

El último medallón que trataremos hoy será el de uno de los mejores literatos de la Historia de España: Don Francisco de Quevedo y Villegas, un hombre conocido tanto por su lengua afilada como por su enemistad con Góngora, avivada sin duda por ser ambos los representantes respectivamente del conceptismo y del culteranismo poético. En el enlace, hay un resumen de su vida y obra, pero a mí me gusta particularmente su humor que, obviamente era muy molesto para los que fueron objeto de él. Os dejo con dos sonetos que (creo) son de lo mejor de su producción poética. En primer lugar, el archiconocidísimo y burlesco “Érase un hombre a una nariz pegado”:

Érase un hombre a una nariz pegado,

érase una nariz superlativa,

érase una nariz sayón y escriba,

érase un peje espada muy barbado;

era un reloj de sol mal encarado,

érase una alquitara pensativa,

érase un elefante boca arriba,

era Ovidio Nasón más narizado.

Érase un espolón de una galera,

érase una pirámide de Egito,

las doce tribus de narices era;

érase un naricísimo infinito,

frisón archinariz, caratulera,

sabañón garrafal, morado y frito.

Y en segundo lugar, con el soneto político, patriota y pesimista “Miré los muros de la Patria mía”:

Miré los muros de la Patria mía,

si un tiempo fuertes, ya desmoronados,

de larga edad y de vejez cansados,

dando obediencia al tiempo en muerte fría.

Salíme al campo y vi que el sol bebía

los arroyos del hielo desatados,

y del monte quejosos los ganados,

porque en sus sombras dio licencia al día.

Entré en mi casa y vi que, de cansada,

se entregaba a los años por despojos.

Hallé mi espada de la misma suerte;

mi vestidura, de servir gastada;

y no hallé cosa en que poner los ojos

donde no viese imagen de mi muerte.

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